domingo, 14 de febrero de 2016

Un viaje hipnótico al fondo de EUROPA




EUROPA (Lars Von Trier, 1991)


Un joven norteamericano viaja a Alemania en 1945, apenas terminada la gran guerra, con el único fin de ayudar al pueblo alemán en un momento difícil. Un país devastado, un pueblo zaherido hasta lo recóndito de la conciencia y el hambre. Pero el espíritu samaritano del joven choca desde el primer momento con el baúl viejo y chirriante de Europa.

Consigue trabajo en la empresa ferroviaria Zentropa como ayudante de camarote, luego de lo cual será examinado para obtener un ascenso. Trenes en una Alemania que aún está tibia de nazismo... Sí, está bien que pienses lo que estás pensando, aunque esta película es de todo menos obvia. La alusión directa a los vagones llenos de judíos y comunistas hacia el exterminio llegará a su debido tiempo. Por ahora relájase y déjese sumergir en Europa...

La primera escena de la película –o “Prólogo” ya que consiste en una voz en off de algo así como un presentador-hipnotizador sobre imágenes vagas–, desde el primer momento plantea una película fuera de serie. El presentador le habla a usted y ese usted es el público, te está diciendo a vos que va a contar hasta diez y que cuando llegue a diez vos vas a estar en Europa, que cuando diga uno te vas a sentir pesado y relajado, cuando diga dos... (Músicos y melómanos noten la perfección de la musicalización con sólo una nota de violín y un ostinato rítmico, y el sutil acompañamiento de la cuenta del uno al diez con notas largas descendentes de cello y viola.)

 
Al llegar a diez comienza la historia y quien ha llegado Europa además de nosotros es el joven Leopold Kessler (Jean-Marc Barr); ese juego de identificación del espectador con el protagonista aumenta la sensación de extrañeza del lugar. La elección del blanco y negro con siempre poca iluminación (y casi sin música salvo en los momentos del narrador hipnótico) terminan de cerrar una ambientación fría, inhóspita, cruel. Eso es la Europa que quedó tras el desastre. Niños que corren pidiendo comida hacia las ventanillas del tren, que por orden expresa y por “sentido moral” deben permanecer veladas. Cuando Kessler reincida en la tentación de ver el mundo fuera del tren, verá gente ahorcada con la insignia “werwolf” (hombre-lobo). Preguntará quiénes son. Partisanos, le dirán. Gente que sigue luchando contra los nazis (que siguen en el poder). Gente a la que “le gusta luchar por causas perdidas” dirá su tío y tutor y celador. Pronto se sabrá más de todo esto, cuando el tren de Zentropa llegue a Polonia, cuando Kessler conozca a la mujer misteriosa, cuando se sumerja más y más en lo profundo de EUROPA.

Hay una reminiscencia a América de Kafka desde el primer momento, sólo que en un sentido geográfico opuesto. (En una entrevista el genial director Lars Von Trier confirmará esta sospecha.) El clima es casi asfixiantemente kafkiano a lo largo de toda la cinta: el encierro, el héroe bondadoso constantemente arrastrado por una otredad de circunstancias que no puede controlar y de personajes inescrutables y frecuentemente tiránicos, la clave onírica o directamente surrealista de los sucesos, el laberinto sin salida, la sensación de un vía crucis inconfesado...

No hay actuaciones memorables a mi parecer –con la excepción del narrador, Max Von Sydow–, pero no se echan de menos: un guión brillante y una realización magistral bastan para que la película sea entrañable, atrapante e inolvidable. Por citar algunas de las permanentes delicias: transiciones del blanco y negro a color, que si estás muy compenetrado en la historia (como me pasó a mí) no te das cuenta que ocurrieron hasta que vuelve de golpe el blanco y negro, tan orgánicamente asociadas están al momento que resaltan, al detalle subjetivo, emotivo o psicológico; el plano en que aparece la locomotora de Zentropa, arrastrada por gente a pie que tira de cuerdas con paso encorvado y lento, como esclavos egipcios arrastrando bloques para las pirámides o el carro del vencedor, a la vez que el gran contraste de luces y sombras, la musicalización intensa y la conmoción de los personajes convocan una sensación de majestuosidad (valga la redundancia:) altamente contrastante, una gloria patética de sublime ironía; los desplazamientos escénicos sin cortes, tanto abruptos como imperceptibles tras las lentas transiciones; la combinación de grandes planos generales (“teatrales”) con primerísimos primeros planos para las acciones y gestos de los personajes, a la antigua... Y, otra vez, lo que se lleva el premio: el uso del presentador-narrador, como articulador formal de la historia y como meta-personaje que abona tanto al guión y al desarrollo de la trama como al efecto epidérmico constante sobre el espectador, la vara que nos permite comprobar con cada aparición que seguimos adentro, que estamos hipnotizados y que lo que está ocurriendo es una experiencia de alto calibre.


Queridos cinéfilos, ya están advertidos.



VER PRÓLOGO
(sin traducción)*


* Lamentablemente en Youtube no se encuentra esta escena subtitulada al español y la versión doblada pierde todo el poder interpretativo del narrador. Hecha la advertencia, podréis acceder a la versión en español haciendo clic aquí. 


Por demás dejo un breve trailer (sin traducción) con sugestivos flashes de la obra.
 



y no dejes de...



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domingo, 3 de mayo de 2015

un poeta en la selva

Otra vez la poesía.

Poesía hecha cine. De qué otra forma podríamos definir a Fitzcarraldo (1982), una de las obras maestras de Werner Herzog y su actor fetiche, Klaus Kinski.

Fitzcarraldo es un apasionado amante de la ópera, que llega a lo alto del río Amazonas en Perú con el sueño de construir una ópera en plena selva. Los aristócratas locales se ríen y le llaman "el conquistador de lo inútil", pero él urde un plan tan audaz como su sueño, y tan fantástico también: con dinero prestado por su bella compañera, la madama Molly (Claudia Cardinale), compra un barco deshecho y lo refacciona para remontarlo río arriba, trasladarlo a un río vecino remolcándolo por tierra, y allí robarle por la espalda el oro negro llamado caucho a los magnates y financiar su obra.

El viaje que emprende, a través de escenarios naturales indescriptibles, semeja mucho al de Charlie Marlow por el río Congo en El corazón de las tinieblas, novela clásica de Joseph Conrad que fuera versionada tan genialmente por Francis Ford Coppolla en Apocalypse Now (peli que algún día habrá de ser dominguera, no hay duda). También son semejantes las dificultades que irá encontrando, y esa sensación de irse adentrando en un abismo, en una especie de bestia viva e inconmensurable que es la selva (una obsesión de Herzog que se plasma también en Aguirre, la ira de Dios). Pero el foco no está puesto del todo allí sino en el personaje, el "héroe" que sueña y va hacia el sueño como una flecha prendida fuego, cueste lo que cueste.

Para condimentar la experiencia que por sí sola es una fiesta, agreguemos el anecdotario de su filmación: es sabido que el proyecto entero estuvo a punto de fracasar y abortarse luego de meses de rodaje en la selva, debido a la multitud de problemas técnicos para resolver el traslado real del barco por tierra sin ningún efecto especial, por los conflictos entre el equipo de trabajo extranjero y los nativos que formaron parte de la obra, e incluso por la tensión creciente entre Herzog y el intratable Kinski, famoso por su salvajismo en la vida real. Hubo cambios de elenco que obligaron a filmar una y otra vez (uno de los actores que quedaron fuera a mitad de camino fue nada menos que Mick Jagger), y montones de trabajadores heridos e incluso muertos durante el rodaje.

Ya está, te convencí. Mirala y contame. Y si no conocías a Herzog y te encantó, podés seguir con sus otras películas e incluso leer el diario de filmación de esta obra, Conquista de lo inútil, donde Herzog demuestra un talento en la pluma al mismo nivel que en la cámara.


VER TRAILER 















domingo, 26 de abril de 2015

De la tierra para el universo



Si algún día entráramos en contacto con vida inteligente fuera de este planeta, imagino mensajes transmitidos a lo largo de años luz por antenas aún no diseñadas, y por supuesto, euforia a ambos lados del abismo espacial. Luego de las formalidades, en un clima más distendido, ellos nos preguntarían "che, y su planeta ¿qué onda?". Y nosotros les enviaríamos este video, "para que se vayan haciendo una idea".

BARAKA (1992), de Ron Fricke, es una especie de intento de síntesis de lo que ocurre aquí, sobre la superficie de este bólido giratorio que llamamos casa. Narrada en el idioma más universal que puede concebirse, que es el de la imagen, la música y el sonido ambiente, sin una sola palabra, se encuentra la vida en su forma vegetal y animal –incluso en una forma anterior al ADN pero en esencia igual, la de los volcanes, los ríos, los mares, las nubes, los crepúsculos–, y dentro de esa casa y ese conjunto en movimiento de la vida está la humanidad, esa especie tan peculiar, a la que podemos apreciar en sus diferentes culturas, etnias, variaciones sobre la misma esencia que se desenvuelve con la misma pasión y fragilidad con que se abren los girasoles y se yerguen los hormigueros.






Claro que hay un foco en esta especie en particular, y creo que su peculiaridad lo amerita: podemos ver sus colosales obras arquitectónicas, desde la Muralla China y los templos de Indonesia hasta las cumbres de Nueva York y el friso de ladrillos de La Paz. Podemos ver los diversos modos en los que esta especie se relaciona con la casa y el resto de sus habitantes: los que viven entre los árboles y los que transpiran en las estaciones de subte, los que trabajan la tierra día a día y los que perforan el pico a los pollos en líneas de producción.


Y se rescata entre tanta diversidad un hilo conductor: un sentido de lo sagrado que es practicado en cada cultura a su forma única e irrepetible, a través de ritos. Ritos que se cantan, ritos que se danzan, que se leen, que se llevan caminando en silencio, que se hacen entre todos, que se hacen en solitario, que se hacen en grupos reducidos para el resto.

Pero lo más interesante para un espectador occidental como somos nosotros es que, luego de toda esta elipse que recorre ritos, vestimentas, geografías y gestos quizás nunca vistos hasta el momento, cuando de pronto nos encontramos ante una ciudad moderna de las que conocemos tan bien por vivir en ellas o por verlas siempre en cine, televisión, diarios, fotos, carteles, hasta hacernos la idea de que son la forma de vida actual por antonomasia, al verla desde la distancia a la que fuimos llevados en sólo un puñado de planos lentos y asombrosos, no la reconocemos como propia, sentimos una repentina extrañeza ante el modo de vida que llevamos todos los días, y sentimos por lo bajo el mensaje de que nosotros somos los exóticos, puestos en la rueda de reconocimiento de este film, los de costumbres más complicadas, banales y corrosivas, si es que caben los matices al fin en una mirada tan plena como la que nos regala este artista que es Fricke junto a un colosal equipo de producción, que filmó en nada menos que veinticuatro países para reunir estos 96 minutos de éxtasis planetario.


Porque en el fondo, más allá de las sutiles críticas (tampoco las lleva al extremo, no se muestran los arsenales militares, las explosiones nucleares, las diversas formas de tortura que también existen en cada cultura y son parte de esta especie), prima el mensaje más grande y más valioso, ese mensaje que le enviaremos a nuestros amigos interestelares el día que podamos comunicarnos al fin. Y después de mandarles semejante postal, preparémonos para recibir la de ellos.




Una muestra de Bali, Indonesia:















domingo, 19 de abril de 2015

Jugar al cine mudo... y ganar.


The Artist (2011), de Michel Hazanavicius, es sencillamente una obra maestra del arte cinematográfico. Y apuesto que quedará como un clásico a través del tiempo, o al menos lo será para mí.

En primer lugar porque lleva la metáfora a tantos niveles que no hay ni por donde empezar. La metáfora del cambio en la ilustración del paso del cine mudo al sonoro, que es una metáfora del arte también, en su condición siempre provisional, nunca acabada, en el paso de las generaciones que bien pueden arrasar con todo lo construido por sus antecesores, o bien pueden sintetizar las etapas, y crear el palacio nuevo con los ladrillos del viejo castillo.


Y hablando de síntesis, he aquí una síntesis genial del cine mudo y el sonoro. ¿Qué es The Artist -podemos preguntarnos-, una película muda o sonora? Y no habrá respuesta exacta a un planteo tan dicotómico. Porque el gran juego estético que plantea Hazanavicius es el de dar un paso atrás en la cuestión y jugar al diálogo entre esos dos géneros. En todo caso, es una película muda en el siglo veintiuno, y como decíamos de las generaciones en el arte, no se puede esperar que al hacer una "película muda" en este tiempo un director se prive de usar todas las herramientas del cine sonoro que tiene a su alcance. Incluso sería un crimen de lesa creatividad no usarlas.


Si estoy divagando mucho en cuestiones teóricas, discúlpenme pero el material que aporta esta película es extraordinariamente inspirador. Miremos sólo la primera escena. Una sala de cine a principios de siglo veinte, el estreno de una película muda musicalizada por una orquesta en vivo. Lo que estamos viendo aún no es cine mudo. Recién lo empieza a ser cuando el estreno proyectado termina, y vemos al público aplaudir pero no escuchamos nada. A partir de ahora estamos en una película muda, y comienza su propia musicalización, a cuyo ritmo se moverán los personajes con las exageradas muecas fieles al estilo. Y esto fue sólo el primero de una catarata de guiños y pases de magia que son como chispazos que iluminan lo que en sí ya es un guión estupendo interpretado por bestias como Jean Dujardin, John Goodman y Bérénice Bejo. Empieza siendo sonora, se convierte en muda, va y viene hasta que al final... contame vos.


Podría escribir cien párrafos describiendo una por una esas magias, pero no tendría sentido; lo que más sentido tiene es que te muestre una de mis escenas favoritas, una de esas que te ponen la piel de gallina cuando la mirás. Te propongo mirarla tres veces: la primera, reíte; la segunda, no despegues la mirada de la cara del protagonista (Dujardin), y vas a entender por qué digo "bestia"; la tercera, prestá atención a la música, y a cómo está compaginada la escena con ella.





Y ahora nada puede tener más sentido que vayas al enlace de abajo y la veas completa. Si sos un alma sensible (si estás leyendo este blog lo sos) puedo apostar que no te vas a olvidar de esta película.





domingo, 5 de abril de 2015

una de ángeles

In weiter Ferne, so nah! (Tan Lejos, Tan Cerca! - Alemania, 1993) 


No es Hollywood. Ni siquiera cuando Hollywood, en su afán absolutista, intenta ser flashero. Esto es poesía hecha cine. Sale de otro lado. Esto es 100% obra de arte. Al menos yo no veo un rastro de mercancía, de entretenimiento masivo. Acá hay un gran director, Wim Wenders, uno de los grandes maestros de las últimas décadas, famoso por, entre otras películas, El Cielo sobre Berlín, también conocida como Las Alas del Deseo, de la cual ésta es una autosuficiente y tremenda secuela.

Y grandes actores. Otto Sander, Bruno Ganz, Nastassja Kinski, Peter Falk, y el entrañable pero no menos inquietante Willem Dafoe. Un guión, es decir, un argumento, un desarrollo narrativo y diálogos que parecen de una novela de Víctor Hugo. Tomas sobre Berlín como la que está abajo, de una imponencia que nos va ganando, que nos hace ver por la mirilla de la puerta el mundo que viven los ángeles.





La mirada de los ángeles sobre la tierra, sobre el hombre y la mujer, sobre el tiempo. Seres mitológicos, inmortales, que admiran y anhelan a las criaturas que acompañan detrás del hombro, desde la cuna hasta el abrazo final. Habrá uno de ellos que de pronto lo logre. Se convertirá en un hombre y empezará a ver el mundo en colores... quise decir, en dolores. Entenderá de una vez la condición humana, la soledad, el vacío, la carrera hacia la muerte, desde el otro lado.

La pregunta que nos surge al ver sus repentinas desventuras es, claro, si vale la pena. ¡Salvate, amigo, escapá del reloj mientras puedas! Eso gritamos nosotros, con nuestro reloj sobre los hombros.

Calificación: basta de ponerle números a las cosas. La película te llena el alma. Y a quien necesite chapa le diremos que ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes 1993. Dominguera si las hay.













domingo, 29 de marzo de 2015

La era de las SUPERPELIS

 

"¡Es un video juego!"




"¡Es un cómic!"





 "¡No!"






   
"¡Es el sueño del pibe!"





Scott Pilgrim vs. The World (2010) de Edgar Wright es la traslación a la pantalla de la historieta homónima de Bryan Lee O'Malley, en la que un pibe canadiense se enamora de una yankee recién llegada y súper cool, pero para quedarse con ella debe vencer a sus siete malvados ex-novios. Un argumento típico de juego de Arcade, desde el Mario Bros. hasta el Final Fight.


Y de hecho la peli es pirotecnia permanente. Explota al máximo la cruza de estos espacios, cine, cómic, video juego, entrelazando sus estéticas, sus códigos de narración y el conjunto de sus paradigmas para crear una súper peli, a la que le falta nomás ser interactiva, dejar que el espectador apriete algún tipo de botón para ayudar a Scott en los momentos más críticos. Pero paciencia, no debe faltar mucho para que la tecnología nos deje elegir nuestra propia aventura largométrica.

Por lo pronto podemos disfrutar una y otra vez esta fiesta que casi, casi rompe las fronteras de la pantalla.


Calificación: K.O.







domingo, 15 de marzo de 2015

En el Oriente está el agite

Cada vez está más claro. Oriente no es sólo el futuro, es el presente. Hace poco vi un documental que muestra cuánto tomaron los hermanos Wachowski del manga japonés para construir The Matrix, la peli que nos voló la cabeza hace quince años. Y el animé se convirtió en el lenguaje de hacer lo que querés como querés.

Después de ver Kung Fu Sion (功夫, 2004) de Stephen Chow, entendí a los que dicen que en realidad Tarantino es un ladrón. No lo dejo de bancar porque hace una bomba nuclear atrás de la otra, pero en este film del joven Stephen Chow están presentes casi todos los elementos que le dan a aquél ese dinamismo exuberante, esos gestos de un surrealismo tan particular como cautivador. Lo único distinto es que acá, en Hong Kong, no suena a truco, no es exotismo ni eclecticismo cosmopolita, es el auténtico imaginario oriental en pleno uso de la modernidad cinematográfica.


Sobre la estructura de una historia sencilla, típica, predecible, se monta lo que realmente importa: una serie de combates de kung fu a cargo de maestros históricos del género, combinados con efectos especiales que pueden traer a la memoria tanto a Matrix como a los Looney Tunes, sin ningún tipo de filtro. El resultado es diversión permanente, unas buenas carcajadas y momentos de belleza memorable.


Calificación: 8 Kurosawas

¡Atención!: No confundir con "Kung Fusion" (Kung Chow, EEUU), réplica hollywoodense baratísima, que te puede hacer reír 2 minutos, pero tarde o temprano cansa por su apelación constante a la estupidez.

Acá va una escena:




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VER LA PELI COMPLETA

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