domingo, 19 de abril de 2015

Jugar al cine mudo... y ganar.


The Artist (2011), de Michel Hazanavicius, es sencillamente una obra maestra del arte cinematográfico. Y apuesto que quedará como un clásico a través del tiempo, o al menos lo será para mí.

En primer lugar porque lleva la metáfora a tantos niveles que no hay ni por donde empezar. La metáfora del cambio en la ilustración del paso del cine mudo al sonoro, que es una metáfora del arte también, en su condición siempre provisional, nunca acabada, en el paso de las generaciones que bien pueden arrasar con todo lo construido por sus antecesores, o bien pueden sintetizar las etapas, y crear el palacio nuevo con los ladrillos del viejo castillo.


Y hablando de síntesis, he aquí una síntesis genial del cine mudo y el sonoro. ¿Qué es The Artist -podemos preguntarnos-, una película muda o sonora? Y no habrá respuesta exacta a un planteo tan dicotómico. Porque el gran juego estético que plantea Hazanavicius es el de dar un paso atrás en la cuestión y jugar al diálogo entre esos dos géneros. En todo caso, es una película muda en el siglo veintiuno, y como decíamos de las generaciones en el arte, no se puede esperar que al hacer una "película muda" en este tiempo un director se prive de usar todas las herramientas del cine sonoro que tiene a su alcance. Incluso sería un crimen de lesa creatividad no usarlas.


Si estoy divagando mucho en cuestiones teóricas, discúlpenme pero el material que aporta esta película es extraordinariamente inspirador. Miremos sólo la primera escena. Una sala de cine a principios de siglo veinte, el estreno de una película muda musicalizada por una orquesta en vivo. Lo que estamos viendo aún no es cine mudo. Recién lo empieza a ser cuando el estreno proyectado termina, y vemos al público aplaudir pero no escuchamos nada. A partir de ahora estamos en una película muda, y comienza su propia musicalización, a cuyo ritmo se moverán los personajes con las exageradas muecas fieles al estilo. Y esto fue sólo el primero de una catarata de guiños y pases de magia que son como chispazos que iluminan lo que en sí ya es un guión estupendo interpretado por bestias como Jean Dujardin, John Goodman y Bérénice Bejo. Empieza siendo sonora, se convierte en muda, va y viene hasta que al final... contame vos.


Podría escribir cien párrafos describiendo una por una esas magias, pero no tendría sentido; lo que más sentido tiene es que te muestre una de mis escenas favoritas, una de esas que te ponen la piel de gallina cuando la mirás. Te propongo mirarla tres veces: la primera, reíte; la segunda, no despegues la mirada de la cara del protagonista (Dujardin), y vas a entender por qué digo "bestia"; la tercera, prestá atención a la música, y a cómo está compaginada la escena con ella.





Y ahora nada puede tener más sentido que vayas al enlace de abajo y la veas completa. Si sos un alma sensible (si estás leyendo este blog lo sos) puedo apostar que no te vas a olvidar de esta película.