EUROPA (Lars Von Trier, 1991)
Un joven norteamericano viaja a Alemania en 1945, apenas
terminada la gran guerra, con el único fin de ayudar al pueblo alemán en un momento
difícil. Un país devastado, un pueblo zaherido hasta lo recóndito de la
conciencia y el hambre. Pero el espíritu samaritano del joven choca desde el
primer momento con el baúl viejo y chirriante de Europa.
Consigue trabajo en la empresa ferroviaria Zentropa como
ayudante de camarote, luego de lo cual será examinado para obtener un
ascenso. Trenes en una Alemania que aún está tibia de nazismo... Sí, está bien
que pienses lo que estás pensando, aunque esta película es de todo menos obvia.
La alusión directa a los vagones llenos de judíos y comunistas hacia el
exterminio llegará a su debido tiempo. Por ahora relájase y déjese sumergir en
Europa...
La primera escena de la película –o “Prólogo” ya que
consiste en una voz en off de algo así como un presentador-hipnotizador sobre
imágenes vagas–, desde el primer momento plantea una película fuera de serie.
El presentador le habla a usted y ese usted es el público, te está diciendo a
vos que va a contar hasta diez y que cuando llegue a diez vos vas a estar en
Europa, que cuando diga uno te vas a sentir pesado y relajado, cuando diga
dos... (Músicos y melómanos noten la perfección de la musicalización con sólo
una nota de violín y un ostinato rítmico, y el sutil acompañamiento de la
cuenta del uno al diez con notas largas descendentes de cello y viola.)
Al llegar a diez comienza la historia y quien ha llegado
Europa además de nosotros es el joven Leopold Kessler (Jean-Marc Barr); ese juego de identificación
del espectador con el protagonista aumenta la sensación de extrañeza del lugar.
La elección del blanco y negro con siempre poca iluminación (y casi sin música salvo
en los momentos del narrador hipnótico) terminan de cerrar una ambientación
fría, inhóspita, cruel. Eso es la Europa que quedó tras el desastre. Niños que
corren pidiendo comida hacia las ventanillas del tren, que por orden expresa y
por “sentido moral” deben permanecer veladas. Cuando Kessler reincida en la
tentación de ver el mundo fuera del tren, verá gente ahorcada con la insignia
“werwolf” (hombre-lobo). Preguntará quiénes son. Partisanos, le dirán. Gente
que sigue luchando contra los nazis (que siguen en el poder). Gente a la que
“le gusta luchar por causas perdidas” dirá su tío y tutor y celador. Pronto se
sabrá más de todo esto, cuando el tren de Zentropa llegue a Polonia, cuando
Kessler conozca a la mujer misteriosa, cuando se sumerja más y más en lo
profundo de EUROPA.
Hay una reminiscencia a América de Kafka desde el primer
momento, sólo que en un sentido geográfico opuesto. (En una entrevista el genial
director Lars Von Trier confirmará esta sospecha.) El clima es casi
asfixiantemente kafkiano a lo largo de toda la cinta: el encierro, el héroe
bondadoso constantemente arrastrado por una otredad de circunstancias que no
puede controlar y de personajes inescrutables y frecuentemente tiránicos, la
clave onírica o directamente surrealista de los sucesos, el laberinto sin
salida, la sensación de un vía crucis inconfesado...
No hay actuaciones memorables a mi
parecer –con la excepción del narrador, Max Von Sydow–, pero no se echan de menos: un guión brillante y una realización
magistral bastan para que la película sea entrañable, atrapante e inolvidable.
Por citar algunas de las permanentes delicias: transiciones del blanco y negro
a color, que si estás muy compenetrado en la historia (como me pasó a mí) no te
das cuenta que ocurrieron hasta que vuelve de golpe el blanco y negro, tan
orgánicamente asociadas están al momento que resaltan, al detalle subjetivo,
emotivo o psicológico; el plano en que aparece la locomotora de Zentropa,
arrastrada por gente a pie que tira de cuerdas con paso encorvado y lento, como
esclavos egipcios arrastrando bloques para las pirámides o el carro del
vencedor, a la vez que el gran contraste de luces y sombras, la musicalización
intensa y la conmoción de los personajes convocan una sensación de
majestuosidad (valga la redundancia:) altamente contrastante, una gloria patética de sublime ironía; los desplazamientos escénicos sin cortes, tanto abruptos como
imperceptibles tras las lentas transiciones; la combinación de
grandes planos generales (“teatrales”) con primerísimos primeros planos para
las acciones y gestos de los personajes, a la antigua... Y, otra vez, lo que se
lleva el premio: el uso del presentador-narrador, como articulador formal de la
historia y como meta-personaje que abona tanto al guión y al desarrollo de la
trama como al efecto epidérmico constante sobre el espectador, la vara que nos
permite comprobar con cada aparición que seguimos adentro, que estamos
hipnotizados y que lo que está ocurriendo es una experiencia de alto calibre.
Queridos cinéfilos, ya están
advertidos.
VER PRÓLOGO
(sin traducción)*
* Lamentablemente en Youtube no se encuentra esta escena subtitulada al español y la versión doblada pierde todo el poder interpretativo del narrador. Hecha la advertencia, podréis acceder a la versión en español haciendo clic aquí.
Por demás dejo un breve trailer (sin traducción) con sugestivos flashes de la obra.
y no dejes de...
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