domingo, 1 de marzo de 2015

La obra maestra secreta

Martín (Hache)
de Adolfo Aristarain
1997

Cuando salió Martín (Hache) de Adolfo Aristarain yo tenía once años, y sin haberla visto quedó grabada en mi memoria con un fuego de misterio, de cosa prohibida. Recuerdo la noche en que mis padres la vieron, o hablaron de ella, y recuerdo la energía que los atravesó. Algo había ahí de lo que no se podía hablar.


Pasaron como quince años hasta que la vi, de casualidad, y entendí todo. Martín (Hache) es muchas cosas, tiene una densidad de contenido emocional y filosófico, una potencia de diálogos y actuaciones, que se me hace inabordable en un par de párrafos. Parece cine hecho por Dostoievski. Y entre todas esas cosas que es, es algo que atravesó mi propia vida y quizás la de "mi generación" que creció en los 90: es la paradoja insalvable del cruce de dos generaciones, la de los que vivieron los 70 y acaso pelearon por la revolución pero quedaron quebrados, escépticos hasta la insensibilidad y resentidos, y la de sus hijos, los que no conocieron la Unión Soviética ni la derrota, con toda la energía de la juventud girando en el vacío del nihilismo globalizado, del imperio absoluto de la nada televisada en vivo.

Esta llaga en llamas es el hilo conductor de la historia, entre Martín (Federico Luppi) y "Hache" (Juan Diego Botto), que se llama Martín como su padre pero fue apodado "Hache" para diferenciarlo, símbolo que lo ha dejado sin identidad, bajo la sombra del ego gigante y destructivo del padre.

Esta película me ha hecho llorar a carcajadas, y de la gente con la que compartí esta obra maestra secreta no hubo una persona que no se haya conmovido de una manera extrañamente singular. Será que "habla de nosotros", de nuestro tiempo (mejor dicho, del pasado reciente), de nuestra parte del mundo...

No hace falta decir nada más, tenés que verla, y vivirla de la forma única que te va a pasar a vos.

Calificación: 10 Tarkovskis

La cereza de este postre: la actuación gigante de Eusebio Poncela en el papel de Dante. Feliz encuentro de un guión audaz con un actor todopoderoso. Igualmente el cuarteto en el que falta nombrar a Cecilia Roth la rompe sin dejar rastro. Acá va una de las escenas más memorables:



Y agrego un pequeño monólogo de Poncela, de antología: