domingo, 26 de abril de 2015

De la tierra para el universo



Si algún día entráramos en contacto con vida inteligente fuera de este planeta, imagino mensajes transmitidos a lo largo de años luz por antenas aún no diseñadas, y por supuesto, euforia a ambos lados del abismo espacial. Luego de las formalidades, en un clima más distendido, ellos nos preguntarían "che, y su planeta ¿qué onda?". Y nosotros les enviaríamos este video, "para que se vayan haciendo una idea".

BARAKA (1992), de Ron Fricke, es una especie de intento de síntesis de lo que ocurre aquí, sobre la superficie de este bólido giratorio que llamamos casa. Narrada en el idioma más universal que puede concebirse, que es el de la imagen, la música y el sonido ambiente, sin una sola palabra, se encuentra la vida en su forma vegetal y animal –incluso en una forma anterior al ADN pero en esencia igual, la de los volcanes, los ríos, los mares, las nubes, los crepúsculos–, y dentro de esa casa y ese conjunto en movimiento de la vida está la humanidad, esa especie tan peculiar, a la que podemos apreciar en sus diferentes culturas, etnias, variaciones sobre la misma esencia que se desenvuelve con la misma pasión y fragilidad con que se abren los girasoles y se yerguen los hormigueros.






Claro que hay un foco en esta especie en particular, y creo que su peculiaridad lo amerita: podemos ver sus colosales obras arquitectónicas, desde la Muralla China y los templos de Indonesia hasta las cumbres de Nueva York y el friso de ladrillos de La Paz. Podemos ver los diversos modos en los que esta especie se relaciona con la casa y el resto de sus habitantes: los que viven entre los árboles y los que transpiran en las estaciones de subte, los que trabajan la tierra día a día y los que perforan el pico a los pollos en líneas de producción.


Y se rescata entre tanta diversidad un hilo conductor: un sentido de lo sagrado que es practicado en cada cultura a su forma única e irrepetible, a través de ritos. Ritos que se cantan, ritos que se danzan, que se leen, que se llevan caminando en silencio, que se hacen entre todos, que se hacen en solitario, que se hacen en grupos reducidos para el resto.

Pero lo más interesante para un espectador occidental como somos nosotros es que, luego de toda esta elipse que recorre ritos, vestimentas, geografías y gestos quizás nunca vistos hasta el momento, cuando de pronto nos encontramos ante una ciudad moderna de las que conocemos tan bien por vivir en ellas o por verlas siempre en cine, televisión, diarios, fotos, carteles, hasta hacernos la idea de que son la forma de vida actual por antonomasia, al verla desde la distancia a la que fuimos llevados en sólo un puñado de planos lentos y asombrosos, no la reconocemos como propia, sentimos una repentina extrañeza ante el modo de vida que llevamos todos los días, y sentimos por lo bajo el mensaje de que nosotros somos los exóticos, puestos en la rueda de reconocimiento de este film, los de costumbres más complicadas, banales y corrosivas, si es que caben los matices al fin en una mirada tan plena como la que nos regala este artista que es Fricke junto a un colosal equipo de producción, que filmó en nada menos que veinticuatro países para reunir estos 96 minutos de éxtasis planetario.


Porque en el fondo, más allá de las sutiles críticas (tampoco las lleva al extremo, no se muestran los arsenales militares, las explosiones nucleares, las diversas formas de tortura que también existen en cada cultura y son parte de esta especie), prima el mensaje más grande y más valioso, ese mensaje que le enviaremos a nuestros amigos interestelares el día que podamos comunicarnos al fin. Y después de mandarles semejante postal, preparémonos para recibir la de ellos.




Una muestra de Bali, Indonesia:















domingo, 19 de abril de 2015

Jugar al cine mudo... y ganar.


The Artist (2011), de Michel Hazanavicius, es sencillamente una obra maestra del arte cinematográfico. Y apuesto que quedará como un clásico a través del tiempo, o al menos lo será para mí.

En primer lugar porque lleva la metáfora a tantos niveles que no hay ni por donde empezar. La metáfora del cambio en la ilustración del paso del cine mudo al sonoro, que es una metáfora del arte también, en su condición siempre provisional, nunca acabada, en el paso de las generaciones que bien pueden arrasar con todo lo construido por sus antecesores, o bien pueden sintetizar las etapas, y crear el palacio nuevo con los ladrillos del viejo castillo.


Y hablando de síntesis, he aquí una síntesis genial del cine mudo y el sonoro. ¿Qué es The Artist -podemos preguntarnos-, una película muda o sonora? Y no habrá respuesta exacta a un planteo tan dicotómico. Porque el gran juego estético que plantea Hazanavicius es el de dar un paso atrás en la cuestión y jugar al diálogo entre esos dos géneros. En todo caso, es una película muda en el siglo veintiuno, y como decíamos de las generaciones en el arte, no se puede esperar que al hacer una "película muda" en este tiempo un director se prive de usar todas las herramientas del cine sonoro que tiene a su alcance. Incluso sería un crimen de lesa creatividad no usarlas.


Si estoy divagando mucho en cuestiones teóricas, discúlpenme pero el material que aporta esta película es extraordinariamente inspirador. Miremos sólo la primera escena. Una sala de cine a principios de siglo veinte, el estreno de una película muda musicalizada por una orquesta en vivo. Lo que estamos viendo aún no es cine mudo. Recién lo empieza a ser cuando el estreno proyectado termina, y vemos al público aplaudir pero no escuchamos nada. A partir de ahora estamos en una película muda, y comienza su propia musicalización, a cuyo ritmo se moverán los personajes con las exageradas muecas fieles al estilo. Y esto fue sólo el primero de una catarata de guiños y pases de magia que son como chispazos que iluminan lo que en sí ya es un guión estupendo interpretado por bestias como Jean Dujardin, John Goodman y Bérénice Bejo. Empieza siendo sonora, se convierte en muda, va y viene hasta que al final... contame vos.


Podría escribir cien párrafos describiendo una por una esas magias, pero no tendría sentido; lo que más sentido tiene es que te muestre una de mis escenas favoritas, una de esas que te ponen la piel de gallina cuando la mirás. Te propongo mirarla tres veces: la primera, reíte; la segunda, no despegues la mirada de la cara del protagonista (Dujardin), y vas a entender por qué digo "bestia"; la tercera, prestá atención a la música, y a cómo está compaginada la escena con ella.





Y ahora nada puede tener más sentido que vayas al enlace de abajo y la veas completa. Si sos un alma sensible (si estás leyendo este blog lo sos) puedo apostar que no te vas a olvidar de esta película.





domingo, 5 de abril de 2015

una de ángeles

In weiter Ferne, so nah! (Tan Lejos, Tan Cerca! - Alemania, 1993) 


No es Hollywood. Ni siquiera cuando Hollywood, en su afán absolutista, intenta ser flashero. Esto es poesía hecha cine. Sale de otro lado. Esto es 100% obra de arte. Al menos yo no veo un rastro de mercancía, de entretenimiento masivo. Acá hay un gran director, Wim Wenders, uno de los grandes maestros de las últimas décadas, famoso por, entre otras películas, El Cielo sobre Berlín, también conocida como Las Alas del Deseo, de la cual ésta es una autosuficiente y tremenda secuela.

Y grandes actores. Otto Sander, Bruno Ganz, Nastassja Kinski, Peter Falk, y el entrañable pero no menos inquietante Willem Dafoe. Un guión, es decir, un argumento, un desarrollo narrativo y diálogos que parecen de una novela de Víctor Hugo. Tomas sobre Berlín como la que está abajo, de una imponencia que nos va ganando, que nos hace ver por la mirilla de la puerta el mundo que viven los ángeles.





La mirada de los ángeles sobre la tierra, sobre el hombre y la mujer, sobre el tiempo. Seres mitológicos, inmortales, que admiran y anhelan a las criaturas que acompañan detrás del hombro, desde la cuna hasta el abrazo final. Habrá uno de ellos que de pronto lo logre. Se convertirá en un hombre y empezará a ver el mundo en colores... quise decir, en dolores. Entenderá de una vez la condición humana, la soledad, el vacío, la carrera hacia la muerte, desde el otro lado.

La pregunta que nos surge al ver sus repentinas desventuras es, claro, si vale la pena. ¡Salvate, amigo, escapá del reloj mientras puedas! Eso gritamos nosotros, con nuestro reloj sobre los hombros.

Calificación: basta de ponerle números a las cosas. La película te llena el alma. Y a quien necesite chapa le diremos que ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes 1993. Dominguera si las hay.